Posteriormente, se manifestó en Neruda un propósito de renovación formal, de intención vanguardista, en tres libros publicados en 1926: El habitante y su esperanza, Anillos (en colaboración con Tomás Lago) y Tentativas del hombre infinito. El primero de ellos, El habitante..., supuso su primera incursión en la prosa poética, en una novela de tan solo catorce paginas. Impreso en los talleres de la Editorial Nascimento, de Chile, apareció en 1926 esta tentativa que el autor califica como una de sus obras más importantes. La razón por la cual ha pasado inadvertido para muchos, y no ha merecido las ediciones de los poemas de amor, es bien sencilla: no está escrito para la fácil lectura, incomoda de buenas a primeras con su falso hermetismo y su cerrazón aparente. Mas el verdadero lector de poesía, que no es, como se cree, el que realiza los buenos negocios editoriales, sino por el contrario el que los detiene por que casi siempre recibe libros de obsequio, encuentra aquí el muestrario del lenguaje-Neruda y la clave de su constante renovación imaginativa. El libro no tiene divisiones ni puntuación alguna. Pero cada verso es un poema y en cada poema va implícita la significación del idioma-Neruda. Estos versos no tienen "lógica", y más de un lector ha querido lavarlos para descubrirles sentido, haciendo las pausas que le parecen oportunas: ha fracasado. Ha fracasado con una lectura así, porque interviene con la razón en un mundo hecho precisamente para desatar las amarras formales. Siempre asustadizo para la prosa, Neruda entrega los originales de este libro a petición de su editor, un poco temeroso de los resultados tangibles, como lo estuvo Gómez Carrillo con aquel volumen de París, que el editor, al solicitárselo, bautizó con el nombre bastante comercial de El modernismo. Esta vez no hubo bautizo de título, pero sí de subtítulo. Debajo de El habitante y su esperanza se puso esta palabra: Novela. Claro que no lo era. Se trataba de una serie de close-ups estupendamente vestidos. Puede cada relato separarse y hacer unidad. Se relatan las conmociones psicológicas del interior chileno, ese interior siempre a la orilla del mar, que forma el coro ante la tragedia de la acción. Lo que se puede aprehender, como suceso lógico deliberadamente enmarañado, es la pasión. Se cuenta el amor, se va a la cárcel por robar ganado, se huye en la noche, se derraman encendidos monólogos y se siente la inminencia de una fatalidad pantanoso y fosforescente, en donde el mar "roído por el color del tiempo y la asistencia de la soledad" aprisiona la voluntad de los hombres. Sucede el crimen, v parece que no es posible escapar. El personaje confiesa: "Voy a decir con sinceridad mi caso; lo he explicado con claridad porque yo mismo no lo comprendo. Todo sucede dentro de uno con movimientos y colores confusos, sin distinguirse. Mi única idea ha sido vengarme". Aquí está la clave. La confusión nace de la identificación que se establece con el clima de una vegetación apasionada.
La venganza -huir, escapar de aquella red en el mundo- es la solución. El hombre es el habitante, el actor y asistente de la propia catástrofe, y la esperanza es el nuevo día, la extirpación de una inmovilidad, el sacudimiento de una postración negativa. No hay que pedirle más al libro. Lo ha dicho todo en pocas, intensas páginas. La intimidad descriptiva del mar alcanza en este relato una sabiduría que no proviene más que del contacto y la formación en sus imperios. La mujer se abraza con la furia de la lucha contra los límites. Todo parece lleno de una vasta articulación escamosa. "Ay de mí, ay del hombre que puede quedarse solo con sus fantasmas", solloza el actor ante el mar implacable. Pero se sacude y logra vencer a los monstruos. Se pregunta dónde estuvo, que fue lo qué pasó, mientras el alba "saca llorando los ojos del agua". Este es el habitante y esta su esperanza.
(Textos sacados de la pagina web de la Universidad de Chile)
Os dejo con un fragmento del prólogo y la primera parte de la novela, saludos poetas.
"He escrito este relato a petición de mi editor. No me interesa relatar cosa alguna. Yo tengo siempre predilecciones por las grandes ideas, y aunque la literatura se me ofrece con grandes vacilaciones y dudas, prefiero no hacer nada a escribir bailables o diversiones".
EL HABITANTE Y SU ESPERANZA
I
Ahora bien, mi casa es la última de Cantalao, y está frente al mar estrepitoso, encajonado contra los cerros.
El verano es dulce, aletargado, pero el invierno surge de repente del mar como una red de siniestros pescados, que se pegan al cielo, amontonándose, saltando, goteando, lamentándose. El viento produce sus estériles ruidos, desiguales según corran silbando en los alambrados o den vueltas su oscura boleadora encima de los caseríos o vengan del mar océano arrollando su infinito cordel.
He estado muchas veces solo en mi vivienda mientras el temporal azota la costa. Estoy tranquilo porque no tengo temor de la muerte, ni pasiones, pero me gusta ver la mañana que casi siempre surge limpia y reluciendo. No es raro que me sienta entonces en un tronco mirando hasta lejos el agua inmensa, oliendo la atmósfera libre, mirando cada carreta que cruza hacia el pueblo con comerciantes, indios y trabajadores y viajeros. Una especie de fuerza de esperanza se pone en mi manera de vivir aquel día, una manera superior a la indolencia, exactamente superior a la indolencia.
No es raro que esas veces vaya a casa de Irene. Atravieso ese recinto baldío que me separa del pueblo, cosa de una legua, sigo por las calles deshabitadas y me detengo frente al portó de su casa, donde la espero aparecer.
Si está lavando me gusta ver sus manos que se azulan con el agua fría, si está entre la huerta, me gusta ver su cabeza entre las pesadas flores del girasol, si no está, me gusta ver vacío el patio y la huerta y la espero sin desear que llegue.
PRÓXIMO CAPÍTULO: DOMINGO DÍA 30
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