MEJOR NO RECORDAR
Serían alrededor de las once menos cuarto, a punto de concluir la sesión con la doctora Silvia Pérez, psicóloga titulada, muy reconocida en el terreno de los traumas infantiles. Era la quinta sesión a la que acudía Antonio, pero no conseguía abrirse. Se preguntaba a sí mismo porqué diablos tomaría la decisión de ir a terapia. En el fondo si lo sabía, era consciente de que nunca terminaba de ser feliz, se sentía agobiado con todo lo que hacía, él intuía que tenía algún tipo de trauma o algo parecido. La doctora empezaba a estar harta. No había soltado ni una palabra en cinco horas de terapia y hoy venía decidida a darle un ultimátum si no cambiaba de actitud. A las once en punto, cuando la terapeuta se disponía a decirle que se buscara a otra persona, que no podía perder más su valioso tiempo, Antonio comenzó a hablar...
-Con el paso del tiempo, cada vez me cuesta más recordar mi infancia. Cuando escucho a mis amigos hablar de lo bien que lo pasaban con sus padres, una sensación de incomodidad se aloja en la boca de mi estómago. No puedo evitar sentir que lo que para los demás era normal para mí fue un anhelo, me privaron de mis derechos como niño. Mirando las cosas con perspectiva, intento ponerme en la piel de mi madre. Supongo que con veinte años no es fácil criar un niño sola porque tu novio se ha largado y te llevas mal con tu familia. También imagino que es fácil desahogarte con lo que tienes más a la mano. Sola, sin dinero, frustrada y nerviosa, debe de ser muy difícil... , pero qué necesidad había de buscar una fusta, de esas para arrear a los caballos, y darme una paliza con ella?, qué cosa tan grave puede hacer un niño de siete u ocho años que merezca tal castigo?. Para colmo de males parecía atraer todas las cosas malas, como cuando conoció a un individuo que apestaba todo el día a alcohol y su hobby preferido era darle palizas. Recuerdo una vez que, de madrugada, me despertaron los gritos de mi madre, me levanté y vi al cabrón ese agarrándola de los pelos y arrastrándola por toda la casa mientras la pateaba. De rebote, claro, también tuve mi ración de paliza. Lo peor de todo fue que lo aguantó durante dos o tres años, no lo recuerdo bien. Lo que no se me olvida fue aquel día que el borracho cumplió cincuenta años y se bebió hasta el agua de los floreros.Yo, iluso de mí, me acerqué para felicitarlo y sin mediar palabra me pegó una bofetada tan bestia que me tiró al suelo, así, sin más, que necesidad había?. Esto es todo lo que quiero recordar. Hubo algunas cosas más...pero prefiero no acordarme -.
Javier Jiménez
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